“Y de repente el
toro miró hacia mí. Con la inocencia de todos los animales reflejada en los
ojos, pero también con una imploración. Era la querella contra la injusticia
inexplicable, la súplica frente a la innecesaria crueldad.” Y con esta frase de
Antonio Gala se pueden definir perfectamente las corridas de toros. La
tauromaquia es una “innecesaria crueldad”, “una injusticia inexplicable”.
Cuando, después
de años, se ha conseguido poner un poco de cordura en esta situación de
maltrato e inhumanidad, llega un nuevo gobierno y nos cuenta que se va a
aumentar la inversión en el toreo. El mismo gobierno que nos recorta en
educación, en sanidad, etc., aumenta el presupuesto para patrocinar esa
práctica que ni un 30% de los españoles respalda. Este 30% justifica la
“fiesta” con el banderín de cultura, deporte e incluso arte. Otros se excusan
en que estos animales sufren menos que los toros de las industrias. Y todos
comparten una misma coartada, la tradición. En fin, me pregunto si la tradición
justifica la crueldad, si la estima por una cultura se manifiesta con el
consentimiento de la tortura o si algún animal ha nacido para sufrir.
No hay fiesta
cuando un ser vivo sufre. Por que si algo está claro es que en una corrida,
solo los animales son los que sufren. Ya 24 horas antes de salir al ruedo, el
toro es sometido a un encierro en la oscuridad, para que al salir al ruedo lo
haga aturdido por la luz. Así da la impresión de que el toro es feroz, y el
torero, un valiente.
No creo que sea de héroes adornarse
con trajecito de luce y ponerse delante de un animal indefenso con una espada
de 80 cm. Un animal aturdido por los golpes, al que le han recortado los
cuernos y le han colgado sacos de arena en el cuello durante horas para que no
levante demasiado la cabeza. Además de esto, antes de que el “héroe” se coloque
delante del animal para clavarle su espada, su amiguitos han debilitado aún más
al animal. Primero el picador, con su lanza comienza a desangrar al animal.
Después los banderilleros se encargan de que la hemorragia continúe. Estas
heridas impiden que el toro levante la cabeza y ahí es cuando llega el “gran
momento”. El matador se dispone a clavar la espada que puede destrozarle
cualquier órgano, dependiendo de donde se clave. Podrían matarle de una
estocada, pero normalmente no es así. El toro muere ahogado en su propia sangre
mientras es arrastrado por el ruedo o le cortan las orejas, para que un señor
que brilla pueda pavonearse alegremente por su triunfo contra un animal ya
indefenso antes de salir a la arena. Un animal cuya condición natural no es
atacar sino huir.
Y
no es el toro el único que sufre, el elegante caballo que acompaña al picador
también acaba muerto a la tercera o cuarta corrida. Es normal que el animal
sufra lesiones por las embestidas de los toros, además son caballos sin valor
comercial, por eso dejan que muera. La especie de armadura que viste al caballo
y que en teoría le protege, solo sirve para que el público no vea las heridas
del animal.
En
fin, se supone que cada uno es libre. Pero, ¿porqué tenemos que pagar todos
para legitimar la cultura de la crueldad? ¿Porqué cuando habíamos avanzado un
poco en humanidad volvemos al siglo XIX? Alguien debería recordarle al señor
Wert las palabras de Schopenhauer: “quien es cruel con los animales no puede
ser buena persona”.


