miércoles, 9 de mayo de 2012

Ni arte ni cultura


“Y de repente el toro miró hacia mí. Con la inocencia de todos los animales reflejada en los ojos, pero también con una imploración. Era la querella contra la injusticia inexplicable, la súplica frente a la innecesaria crueldad.” Y con esta frase de Antonio Gala se pueden definir perfectamente las corridas de toros. La tauromaquia es una “innecesaria crueldad”, “una injusticia inexplicable”.
Cuando, después de años, se ha conseguido poner un poco de cordura en esta situación de maltrato e inhumanidad, llega un nuevo gobierno y nos cuenta que se va a aumentar la inversión en el toreo. El mismo gobierno que nos recorta en educación, en sanidad, etc., aumenta el presupuesto para patrocinar esa práctica que ni un 30% de los españoles respalda. Este 30% justifica la “fiesta” con el banderín de cultura, deporte e incluso arte. Otros se excusan en que estos animales sufren menos que los toros de las industrias. Y todos comparten una misma coartada, la tradición. En fin, me pregunto si la tradición justifica la crueldad, si la estima por una cultura se manifiesta con el consentimiento de la tortura o si algún animal ha nacido para sufrir.
No hay fiesta cuando un ser vivo sufre. Por que si algo está claro es que en una corrida, solo los animales son los que sufren. Ya 24 horas antes de salir al ruedo, el toro es sometido a un encierro en la oscuridad, para que al salir al ruedo lo haga aturdido por la luz. Así da la impresión de que el toro es feroz, y el torero, un valiente.
No creo que sea de héroes adornarse con trajecito de luce y ponerse delante de un animal indefenso con una espada de 80 cm. Un animal aturdido por los golpes, al que le han recortado los cuernos y le han colgado sacos de arena en el cuello durante horas para que no levante demasiado la cabeza. Además de esto, antes de que el “héroe” se coloque delante del animal para clavarle su espada, su amiguitos han debilitado aún más al animal. Primero el picador, con su lanza comienza a desangrar al animal. Después los banderilleros se encargan de que la hemorragia continúe. Estas heridas impiden que el toro levante la cabeza y ahí es cuando llega el “gran momento”. El matador se dispone a clavar la espada que puede destrozarle cualquier órgano, dependiendo de donde se clave. Podrían matarle de una estocada, pero normalmente no es así. El toro muere ahogado en su propia sangre mientras es arrastrado por el ruedo o le cortan las orejas, para que un señor que brilla pueda pavonearse alegremente por su triunfo contra un animal ya indefenso antes de salir a la arena. Un animal cuya condición natural no es atacar sino huir.
            Y no es el toro el único que sufre, el elegante caballo que acompaña al picador también acaba muerto a la tercera o cuarta corrida. Es normal que el animal sufra lesiones por las embestidas de los toros, además son caballos sin valor comercial, por eso dejan que muera. La especie de armadura que viste al caballo y que en teoría le protege, solo sirve para que el público no vea las heridas del animal.
       En fin, se supone que cada uno es libre. Pero, ¿porqué tenemos que pagar todos para legitimar la cultura de la crueldad? ¿Porqué cuando habíamos avanzado un poco en humanidad volvemos al siglo XIX? Alguien debería recordarle al señor Wert las palabras de Schopenhauer: “quien es cruel con los animales no puede ser buena persona”.

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