viernes, 27 de abril de 2012

Arma de distracción masiva


En “Buenas noches. Y buena suerte” vemos el periodismo televisivo en sus inicios. Tras la II Guerra Mundial, EE.UU vivió una época de prosperidad. Aumentaron el número de emisoras y de televisores en los hogares. Así, comenzó a formarse el gran entramado de corporaciones mediáticas. Y la televisión comenzó a estar subordinada a las grandes empresas que la financiaban mediante la publicidad. Esto se acrecentó con la llegada del color a la “caja mágica”.  Empezaba a construirse un medio destinado a entretener y divertir, más que a informar. Pues era lo que ganaba las audiencias, y estas a los anunciantes. Y ya en esos inicios, el periodista del cual habla el film “Buenas noches. Y buena suerte”, Edward R. Murrow, evidenció el principio de esta decadencia en un discurso que pronunció ante la Asociación de Directores de Informativos para Radio y Televisión. “La televisión puede enseñar, puede arrojar luz, y sí, hasta puede inspirar; pero solo lo hará en la medida en que nosotros estemos dispuestos a utilizarla con estos fines. De lo contrario, solo será un amasijo de luces y cables”, apuntaba el gran periodista en 1958.
Pasamos a la década de los 70, y vemos que estos fines de los que hablaba Murrow han sido totalmente ignorados, tanto por los espectadores como por los productores y patrocinadores. Con “El reportero: la leyenda de Ron Burgundy”, vemos como esa televisión destinada a entretener y divertir se ha consolidado. Observamos como prima el espectáculo sensacionalista por encima de una verdadera labor periodística, similar a la que Murrow realizaba en su programa, See It Now, cuando todavía tenía cabida en la televisión la verdadera información. También vemos como se acrecenta esa batalla por ganar la audiencia que mantiene las inversiones publicitarias, hasta llegar a la actualidad cuando las empresas patrocinadoras son las que marcan los contenidos de un informativo. Los informativos televisivos han acabado por convertirse en altavoces de las instituciones. Están completamente subordinados a las grandes corporaciones a las que pertecen, esas que comenzaron a formarse en la época de Edward Murrow. Pues un informativo nunca dará una noticia que afecte negativamente a otra empresa que forme parte de esa gran corporación, por ejemplo. Y ya lo advirtió Murrow en el citado discurso: “Como no dejemos de considerarnos un negocio, y no reconozcamos que la televisión está enfocada básicamente a distraernos, a engañarnos, a entrenernos y a aislarnos, la televisión y los que la financian, los que la ven y los que la producen, podrían percatarse del error demasiado tarde”.
Han pasado 60 años desde aquellas palabras, y parece que todavía nadie se haya percatado del error. Y es que la televisión se ha convertido en el medio de la desinformación por excelencia, sometida a los intereses publicitarios. Hasta el punto de que con la llegada de Internet, llegará un momento en el que o se renueva o desaparece, como está pasando ahora con la prensa escrita. Como ejemplo sirve una encuesta realizada por la asociación sin ánimo de lucro, Conferences Board, que demostró que en EE.UU un 40% de los hogares ven los programas televisivos online, según publicó elmundo.es.
En definitiva, la sociedad comienza a despertar, y busca saciar su necesidad informativa. Esta información, está claro, no la reciben desde un televisor. La tecnología evoluciona, y con ella el periodismo. La televisión ha quedado en un segundo plano para la información. Como ya avanzaba Murrow en “Buenas noches. Y buena suerte”, y comprobamos en “El reportero: la leyenda de Ron Burgundy”, la televisión se ha configurado como medio de entretenimiento más que de información, de espectáculo más que de verdadero rigor periodístico. Y parece ser que, por el momento, sigue siendo “un amasijo de luces y cables”. Buenas noches. Y buena suerte.






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